lunes, 8 de febrero de 2021

La libertad, la ley, y el cuento.

 


Creo firmemente en la libertad. Creo en la vida plena, en el cambio que se produce desde el interior de nosotros mismos y que revoluciona toda nuestra existencia. Creo que nadie puede darme o quitarme esa posibilidad, y que sólo depende de mi esfuerzo realizar esta sabiduría para una vida más allá de los límites de una existencia simplemente humana.

Pero en el intermedio, y como ser social, creo también en los derechos civiles y su función para garantizar que la vida sea equitativa, cuando no justa. Quizás por eso me molesta sobremanera que la libertad se haya vuelto una consigna repetida, una justificación para apabullar a quienes son minoría.

Con la excusa de que el pueblo no está listo para entender algunas situaciones o decidir sobre asuntos vitales de la sociedad, nos han negado el derecho a crecer. Las decisiones más importantes se toman a nuestras espaldas. Y luego, de la nada, tenemos una nueva ley.

Luego está el asunto de que el mero hecho de ser ley no hace que lo legislado sea correcto. Veamos, por ejemplo, el código de familia cubano. Es absurdo que en un estado laico se esgrima una razón de índole religiosa para frenar el cambio. Es absurdo y profundamente discriminatorio.

A usted puede parecerle bien o mal que dos personas del mismo sexo formen una familia y quieran legalizar su vínculo, y ése es su criterio. Pero la ley no está al servicio de un grupo de personas, o no debía estarlo. Para que sea justa, debía comprender a todos los ciudadanos, sin distingos ni excepciones.

Si existe la posibilidad de establecer un matrimonio civil (que en esencia es también un contrato civil) para un por ciento de la población, debía existir para todos. Y que las razones que lo impidan se refieran a la incapacidad de un adulto para determinar el alcance de las acciones que realiza, no al hecho de que estas no agraden a unos cuantos.

En qué lacera a la sociedad el matrimonio como derecho para todos: en nada. Que una parte de los ciudadanos no encuentre respaldo legal a su estatus sólo significa que la ley es obsoleta, que ha perdido su valor como medio para regular la vida.

No puede haber libertad mermada y castrada. No puede haber promesa de libertad, ni condiciones para que esta exista. No puede ser un privilegio de unos pocos. Y, definitivamente, no puede una porción de hombres aferrados al poder determinar su cuantía, ni su existencia.

Partiendo de ahí, ¿cómo crees que le vaya a la Constitución si le echamos un vistazo?

jueves, 28 de enero de 2021

Pan y circo


Justo en el día de la celebración del natalicio de Martí pienso en su frase “viví en el monstruo y le conozco las entrañas”. Cada quien tomará la sentencia y la pondrá en su contexto. Cada uno de nosotros sentirá que la dijo para la circunstancia específica que está viviendo. Algunos culparán a los yanquis, otros a los cubanos demasiado enamorados del poder, y unos últimos quizás a la sociedad humana en general.

Lo cierto es que cada persona ha lidiado en su vida con un monstruo cercano, familiar, íntimo. Y espera que poder decirlo sea su derecho, aún si tiene o no una historia que otros compartan o validen. Qué clase de mundo es este en que un ser humano no puede expresarse libremente, tener una opinión, disentir. Uno jodido....

Pasa una vez más que algunos cubanos  sienten como suyo el derecho natural de pensar por sí mismos. Y pasa que la ley los condena por ello. En cuba es ilegal protestar y no estar de acuerdo. Es ilegal decir algo contrario al poder. Y para que el miedo sea razón más convincente que la ley, nuestros líderes inventaron hace mucho la amenaza solapada y el acto de repudio.

Pienso en el emperador japonés, tan intocable como alguno de nuestros dirigentes, pero con la difícil tarea de ser sólo un ejemplo impoluto de conducta, sin intervenir en ningún asunto mundano que pudiera ensuciar su ejemplo.  Si nuestros ministros salen a la calle a liarse a golpes y trompadas, qué nos queda esperar para los barrios más populares de la isla, allí donde un grito ofensivo marcaba el incicio de una enemistad de años. Que nadie diga que este árbol no dio buenos frutos, digamos mejor que las termitas habían minado el tronco, las ramas, y hecho un buen nido en las raíces.

¿Por qué no pueden los jóvenes cubanos ser parte del proceso de creación del país en que viven? ¿Por qué un grupito que lleva repitiendo los mismos patrones desde hace 60 años, sin que cambie el resultado, puede ser árbitro de nuestro tiempo? ¿ Por qué han cerrado tanto las paredes de esta isla que muchos sentimos que estamos presos? ¿Quién les ha dado permiso para que la patria sea definida a través de la política? ¿Cómo puede ser justo que a una palabra se responda con la fuerza, y a quienes hablan se les tiren encima los perros?

Es sabido que Roma entrenía a sus ciudadanos. Y que lo hacía como una medida para desviar la atención sobre asuntos de vital importancia que ponían en peligro el statu quo. Así que puedo entender que, siguiendo ese ejemplo, una protesta pacífica se convierta en show. Pero los emperadores romanos no hacían grandes eventos de lucha y competencia sin poner sobre la mesa mucha comida. El dicho nos recuerda que el corazón contento lleva también una barriga llena. Entonces pienso en lo que ha pasado este 27 de enero y me digo que el circo ya lo tenemos, sólo nos falta saber ¿el pan para cuándo?.

domingo, 24 de enero de 2021

Errar es...cubano (o la historia de SE)


¿Cuántas veces hemos oído los cubanos aquello de “se han cometido errores”? El famoso SE, que es quien toma las decisiones en representación del pueblo, no tiene rostro conocido, ni asume las consecuencias de sus acciones. Y ahí está: intacto, rozagante, listo para equivocarse de nuevo y reírse mientras enumera  entre chanzas sus desaciertos. La historia que cuentan no es nueva, ni tampoco los somos los oyentes.

En los noventa llegó el proceso de rectificación de errores, con su nombre cursi y medio rimbombante. Prometía, como siempre pasa, enderezar el tronco de este árbol tan torcido. Pero el campo socialista en el que descansaba nuestra existencia se desplomó luego de avisar por años que ya no daba para más. Era como oír los crujidos de una vieja casa de madera que había perdido las vigas del techo, y algún que otro cimiento. Aunque todos sabíamos que iba a caer, permanecimos inmutables como quien se encomienda a un milagro.

Entonces apareció el período especial. Y cuando más nos azotaba a casi todos, era común oír la frase “SE cometieron errores”. Pero mientras algunos jamás padecieron hambre y otros nos bandeábamos bastante bien, gran parte de los pobladores de la isla  se ahogaba en las penurias y las carencias que el tal SE  no logró prever. Fue la época de las destituciones laterales: con un poco de paciencia todo se había olvidado, y los destituidos volvían a su cargo.

Una y otra vez los ciclos repetidos, las decisiones tomadas sin el necesario estudio o entendimiento real de la situación. Una y otra vez el pueblo pagando las consecuencias mientras nos pedían (aún) resistir, tener fe, porque ya casi estamos donde queríamos... como si repetir la frase la convirtiera en un conjuro para que aconteciera.

Y yo me pregunto, ¿con qué gafas entintadas miran estas personas que no ven? Pues con la ceguera voluntaria de quien elige no saber. Porque luego de tantas esperanzas vanas y de tantas ilusiones rotas, de dónde sacar fuerzas para este nuevo ciclo de errores. Los cubanos tenemos que lidiar con el coronavirus, con el bloqueo, con la inconsciencia, con la economía inexistente, y con la cortedad de luces de un personaje misterioso al que llaman SE...

Dice mi maestro zen que donde hay aprendizaje no hay error.  Pero en la isla el proceso de aprendizaje está obsoleto, detenido en el tiempo. El camino de las disculpas sí que lo dominamos. Y ese ente invisible, omnipotente, medio burro e impersonal que siempre se equivoca y no aprende,  habla en plural cuando le conviene, yerra en nombre de todos, y se aprovecha en primera persona del singular, no tiene idea del daño que hace, o no le interesa.

Muchos excusan a quienes nos dirigen diciendo que no sabían, cuando saber es la mayor responsabilidad de un guía. Y si usted no sabe, no entiende, o no puede, deténgase, pregunte, o deje su lugar a alguien en mejores condiciones. Si no tiene lucidez, tenga al menos vergüenza. 

domingo, 10 de enero de 2021

Seguridad social no es caridad

realidad cubana

 ¿ Cuántas veces no te habrá pasado que vas por calle y encuentras un anciano sucio, enjuto, y extremadamente desaliñado? La imagen es cada vez más frecuente en las calles de la isla. La población cubana, envejecida y bajo el peso de la emigración de los más jóvenes, es bastante longeva para los estándares de un país subdesarrollado. Que esa película de “en vías de desrrollo” es como llamar al maquillaje rejuvenecimiento facial.

Debido al alza de todos los precios por parte del estado, el sistema de seguridad social que atendía a los más vulnerables con el programa SAF ha caído en desgracia. De dos pesos a 26, el precio de una comida en uno de estos comedores sociales se ha vuelto demasiado cara para la mayoría de nuestros ancianos. Ya no es tan habitual ver el desfile a mediodía con sus recipientes de comida para llevar.

Con la historia del reordenamiento monetario algunas ventajas de esta vida austera que llevamos en Cuba han desaparecido. Y era de esperar. Seamos francos, ninguna economía  puede subvencionar la vida. No es posible, sobre todo en un país en que ni siquiera se pagaba el fisco hace unos años. Pero que de golpe y porrazo la existencia sea entre cuatro y veinte veces más cara, es una medida que me hace preguntarme si quienes la toman se han detenido a pensar.. porque calcular parece que saben.

Sin embargo, hay una idea errada entre la generación que aún no alcanza esa edad tan frágil. La idea de que los ancianos están así de abandonados porque la familia no se ocupa de ellos. Por más que comulgue con la idea de que la familia es la única capaz de ayudarlos cuando les es muy difícil valerse por sí mismos, soy consciente de que no es sólo su responsabilidad.

¿Para qué si no han trabajado más de sesenta años de su vida nuestros mayores? ¿Para quién? Si justamente el pacto de un trabajador con el estado que supuestamente los representa es que, al llegar a una edad en que no puedan aportar con su trabajo a la sociedad, el estado se hará cargo de que no les falte lo imprescindible para vivir. O sea comida, ropa, una casa donde descansar... incluso si no es propia. ¿ Qué ha pasado entonces con esa promesa?

Vengo de una familia con algunos nonagenarios. La mayoría autosuficientes, saludables si uno piensa en la edad avanzada. Casi todos viviendo con un hijo o un nieto que, cuando no está en su centro laboral, se hace cargo de lavarles la ropa y prepararles la comida. Su vejez, aún en medio de todo el encarecimiento de la vida, es bastante plena.

Muchos de los viejitos que se beneficiaban de los comedores SAF  han dejado de asistir. Ellos no protestan, no reclaman, no tienen redes sociales a las cuales acudir en busca de ayuda. Ellos sólo tienen al vecino de al lado para que pelee junto a ellos esta última batalla. Mi pregunta es, en realidad, muy sencilla: ¿quién es esta vez David, y quién Goliat?

viernes, 8 de enero de 2021

Vocación kamikaze

mar_de_cuba

El segundo día del año me fui un rato al mar. A caminar sobre la arena mojada, a respirar ese aire de sal que lo limpia a uno del peso de la vida en medio de una ciudad empobrecida. La playa estaba llena de gente. Había chicos jugando al fútbol, infantes corriendo por la yerba perseguidos por sus padres, gente mojando sus tobillos en la orilla. 

Por unos minutos todo parecía en orden. No había nasobucos, coronavirus, escasez alimentaria ni economía deprimida. No había clases sociales, ni incertidumbre financiera, ni vecinos vigilando por sobre el hombro, trabajando como informantes del gobierno. Había risas, esa energía jovial que nace  de estar a gusto con la vida, a tono con el orden cósmico que hace que el sol salga y se ponga para todos, aunque para cada quien a un tiempo diferente.

Fui por unos minutos y me quedé más de una hora. ¿Quién querría voluntariamente abandonar este pequeño paraíso? Pero la vida cotidiana nos reclama. Hay que regresar al hogar, lidiar con la carencias, con el ruido de una urbe incivilizada y caótica. En el camino a casa encontré gente en los bares, con la algarabía propia de las tardes de sábado en que la gente común sale a desestresar de la semana de trabajo. Pero la alegría no era igual que la de unos minutos antes.

Con la soga al cuello uno suele vivir no sólo como si no hubiera mañana, sino como si tampoco hubiera presente. Por años he visto la ciudad entrar en esta inercia de ahogar las penas en baile y cerveza.  Como si la única respuesta a años de vivir de bandazo en bandazo fuera inventarse una fiesta interminable que nos mantiene alejados de los problemas acuciantes. Porque eso es lo que hacemos: tomar y bailar hasta la desmemoria y la indolencia.

No tengo intención de criticar a los cubanos por rendirnos. Cuando la vida es tan difícil e incierta a veces es mejor simplemente no ofrecer resistencia y asegurarse la próxima bocanada de aire. Pero de suspiro en suspiro  nos hemos quedado sin palabras que decir... sin razones que oponer a la sinrazón que nos gobierna, sin derechos que ejercer, ni conciencia de que tenemos derechos.

Pareciera que todo aquel que nada contra la corriente tiene una cierta vocación kamikaze. Los amigos y parientes nos miran como si fuéramos locos o suicidas. Como si hubiéramos olvidado los instintos más elementales de supervivencia. Pero nadie se percata de que es peor inflarse a alcohol y gastar la vida como si se tratara de un regalo que en realidad no te interesa. ¿Para qué queremos una vida simplemente dedicada al olvido y al sometimiento?

Habría que tener ganas de morir para plantarle cara al gobierno. Habría que tener ganas de desaparecer entre las calumnias, las amenazas, la vigilancia, y el cierre de esas puertas figuradas que nos permiten el acceso a puestos de trabajo como si fueran un privilegio. Pero quienes se han acostumbrado a morir durante años van perdiedo el miedo, y algunos hace rato ya que saludamos al césar con más insolencia que respeto.

martes, 5 de enero de 2021

Falsas esperanzas

 


Hace apenas unos días  una patrulla cargó con un vecino. No hubo bronca, no parecía que estuviera vendiendo o comprando nada, no estaba protestando, y no se resistió al arresto.  Los pocos que de casualidad vimos cómo se lo llevaban nos preguntamos qué había pasado. La familia ni siquiera supo que se lo habían llevado. Se enteraron cuando alguien preguntó.

Después, como pasa en casi cualquier barrio, hubo mucho de especulación sobre el asunto. Hasta que la verdadera razón salió a la luz: estaba intentando poner en su cuenta de banco unos dólares falsos. Vamos a suponer, como es justo, que mi vecino es inocente, que actuó de buena fe. Habría que presuponer que es idiota si concientemente entró al banco con dinero falso. Pero ése no es el punto.

¿Cómo va a reconocer el cubano de a pie la legitimidad de una moneda que no es propia? ¿Cómo va a garantizar que la moneda que compra en el mercado negro no es falsa? No puede. ¿Y qué va a pasar cuando intente depositar unos cuantos billetes verdes, luego de sacrificar sus ahorros en moneda nacional para comprar a sobreprecio? Pues que habrá cometido más de un delito en el intento.

Una vez más en Cuba la ley obliga al ciudadano a delinquir. Y nadie se asombra. Y el estado no asume que es su responsabilidad educar una nación en la burla cotidiana de la ley. Cuando la vida transcurre en dirección opuesta a la razón y la lógica de la supervivencia prima, perdemos todos.

Mientras tanto más de una familia teme lo que pueda pasar si esta desbandada de venderlo todo en moneda extranjera continúa. Mi vecino no ha vuelto a su casa, o al menos nadie lo ha visto más. Su esposa y su niño pequeño lo echarán en falta. Y no sólo porque ahora que todos los precios suben hay un salario menos con el cual contar. De la nada, y sin poder opinar al respecto, su familia sufre las consecuencias de una medida económica que los fuerza a comprar de contrabando, a inventar.

Algunos dirán que las medidas están justificadas, y que en tiempos tan difíciles no siempre se puede esperar por el criterio popular. Sólo este pensamiento debía decirnos cuán lejos estamos de entender un gobierno para todos. En medio de toda esta campaña por ver quién ostenta el poder, y quién lo conserva o lo gana, los medios oficiales deslegitiman a cualquiera que se atreva a oponerse y opinar. Cientos de personas que, como yo, simplemente escriben o dicen lo que sienten, son acusadas de estar al servicio de una mafia. Pero mis ahorros son prácticamente inexistentes, y mis bienes apuntan a una clase media no muy acomodada. Así que sólo me queda preguntar:  ese patrocinador capitalista que paga a la gente por tener una opinión propia ¿dónde está?

domingo, 3 de enero de 2021

El pan nuestro de cada día


Desde los primeros días del imperio romano el pan ha sido un alimento imprescindible en la dieta de occidente. Las culturas se han mezclado y la cocina ha resultado favorecida en todas partes. Pero el pan no se ha movido de sitio en nuestra mesa. Lo comen los ricos, los pobres, los veganos, y hasta los celíacos  han encontrado la manera de mantener viva esta parte de su identidad social, retomando los panes de cebada y centeno de la Edad Media.

Por eso cuando el precio del pan se dispara hay incertidumbre y malestar. Desde el primero de enero el precio del pan en Cuba subió tanto que bien puede tocar el cielo. Y no hablo de panes especiales, de lujo, amasados y cocidos por expertos. Hablo del pan nuestro de cada día, el que vendían en la bodega a cinco centavos cada uno.

Durante años nos quejamos de su mala calidad, del peso impreciso, de que estaba crudo o demasiado horneado. Pero fue el sustento de miles de ancianos que lo esperaban desde muy temprano en la mañana y salían de la cola cayéndole a mordidas. Así, a secas, porque para muchos era todo el desayuno que tenían. Y ahora venden este mismo pan a un peso.

Quizá alguien piense que no es tanto. Y en sus matemáticas apuradas diga que no es valor tan alto para un desayuno exiguo. Pero ha multiplicado veinte veces su valor en medio de un tarifazo que pone por el techo también la mayoría de los productos de la canasta básica.... y la electricidad, y el teléfono, y el gas licuado. Las leyes físicas relativas a nuestro universo no mienten. Para que haya equilibrio tiene que haber un descenso por cada subida: y así ha sido.

Mientras los precios se disparan somos menos felices, menos ingenuos, y tenemos menos fuerzas para enfrentarnos a este cuento de hadas que ha devenido en thriller de humor negro. En la ciudad se siente la tensión latente, el comentario insatisfecho. Ayer salí a caminar y elegí calles de poco tráfico. En la intimidad de uno de esos callejones donde los niños juegan fútbol en medio de la vía estrecha encontré un pan atado a una cerca, bajo un letrero. Es my cubana esa protesta jocosa, irreverente, pero también tímida, con miedo a las consecuencias.

Esta vez el autor se acercó con una risa nerviosa, reclamó como suya la obra, y posó para la foto. No sé si terminaremos todos juntos en una invocación al dios del trigo para que venga a socorrernos, o languideceremos como las civilizaciones antiguas que perdieron su razón de ser. Quién sabe si, como los legionarios, diremos que hay cosas que el estado no puede tocarle al hombre común y corriente. Porque el pan no es sólo el alimento del pobre, recordemos que su ausencia fue el símbolo de la caída de un imperio.