Creo firmemente en la libertad. Creo en la vida plena, en el cambio que se produce desde el interior de nosotros mismos y que revoluciona toda nuestra existencia. Creo que nadie puede darme o quitarme esa posibilidad, y que sólo depende de mi esfuerzo realizar esta sabiduría para una vida más allá de los límites de una existencia simplemente humana.
Pero en el intermedio, y como ser social, creo también en los derechos civiles y su función para garantizar que la vida sea equitativa, cuando no justa. Quizás por eso me molesta sobremanera que la libertad se haya vuelto una consigna repetida, una justificación para apabullar a quienes son minoría.
Con la excusa de que el pueblo no está listo para entender algunas situaciones o decidir sobre asuntos vitales de la sociedad, nos han negado el derecho a crecer. Las decisiones más importantes se toman a nuestras espaldas. Y luego, de la nada, tenemos una nueva ley.
Luego está el asunto de que el mero hecho de ser ley no hace que lo legislado sea correcto. Veamos, por ejemplo, el código de familia cubano. Es absurdo que en un estado laico se esgrima una razón de índole religiosa para frenar el cambio. Es absurdo y profundamente discriminatorio.
A usted puede parecerle bien o mal que dos personas del mismo sexo formen una familia y quieran legalizar su vínculo, y ése es su criterio. Pero la ley no está al servicio de un grupo de personas, o no debía estarlo. Para que sea justa, debía comprender a todos los ciudadanos, sin distingos ni excepciones.
Si existe la posibilidad de establecer un matrimonio civil (que en esencia es también un contrato civil) para un por ciento de la población, debía existir para todos. Y que las razones que lo impidan se refieran a la incapacidad de un adulto para determinar el alcance de las acciones que realiza, no al hecho de que estas no agraden a unos cuantos.
En qué lacera a la sociedad el matrimonio como derecho para todos: en nada. Que una parte de los ciudadanos no encuentre respaldo legal a su estatus sólo significa que la ley es obsoleta, que ha perdido su valor como medio para regular la vida.
No puede haber libertad mermada y castrada. No puede haber promesa de libertad, ni condiciones para que esta exista. No puede ser un privilegio de unos pocos. Y, definitivamente, no puede una porción de hombres aferrados al poder determinar su cuantía, ni su existencia.
Partiendo de ahí, ¿cómo crees que le vaya a la Constitución si le echamos un vistazo?